Cuando llego a una ciudad


Cuando llego a una ciudad con la mochila colgada del hombro, un mapa mal doblado intentando escapar del bolsillo y la gruesa campera en la mano, (que por su tamaño no entró en la mochila) comienzo un ritual inexorable y reiterado. Sin más fundamento que la realidad misma presente, llego al vacío total, a lo desconocido, como si la ciudad se va formando delante de mis ojos donde antes nada había. Pero esa son cosas de la neurosis propia de viajero solitario que, por soledad o imaginación pura, nadie lo espera. Nadie.

Prejuicio

Si prejuzgo a la gente es por iniciativa propia. No creo que sea así (yo) pero lo hago. Es cuando me siento en el bar y veo a la gente conversar en idiomas que no entiendo. O entendería, si hablaran más despacio. Claro está que no puedo desarrollar un entendimiento grato, intelectual sobre lo explayado en las mesas continuas, sin embargo me imagino el tema de discusión por la vestimenta. Eso es prejuzgar.

La isla

Ni bien pudo ver la isla se estremeció de un lado a otro. Lo nuevo estaba por llegar. Era de los que pensaba que la historia iba marcando la edad en el tiempo. Y si a eso le sumaba su familia perdida, quedaba en claro que nada podría sacarlo ahora de su futuro, tan impredecible como inocuo.

Viernes (otra vez)

No creo que me distinga por mis aptitudes. Es posible que cuando salga de casa y me suba al auto, ese maldito auto, marche directo a tu departamento. No es que te extrañe, pero en realidad las veces que puedo voy. Aunque sea un rato, para pasar un tiempo juntos, deleitar esas cervezas frías y hablar mal de las mujeres, escuchar música de nuestra época, recordar historias. Te conozco hace tanto tiempo. ¡Como dura la amistad! Y es mejor así, después de todo no nos vemos desde el sábado. Hoy es viernes. ¡Por suerte!

Carmen (historias de familia)

-Me cagué
-¿Qué?
-Que me cagué
-¡Te escuché!
-Para qué preguntás, entonces.
-Por que no podía creer lo que escuchaba.
-Pero escuchaste bien.

Paseo circular

Si lo mismo haría en un lugar descampado, estaría dando vueltas mordiéndome la cola como un perro sarnoso. Pero la realidad es que los edificios me cubren, no dejan ver que caminar sin rumbo es más por no querer llegar a ningún lugar que por no saber a donde ir. Entonces, ahí voy.

Misteriosa Atenas (primera parte)

Ni bien puso un pié en Atenas las ofertas de Hostales baratos le cercenaban el paso entre los vendedores. Como un acto reflejo esquivó las miradas de los que lo buscaban ofreciendo grandes descuentos y sábanas limpias con desayuno incluido. Bajó del andén y siguió camino por la calle que rodeaba la estación con la mochila colgada del hombro y un mapa en la mano. Dobló en la esquina más por intuición que por saber como llegar al centro y se perdió entre las calles.

Misteriosa Atenas (segunda parte)

Al día siguiente Gael y Frank se levantaron temprano y luego de un rápido desayuno continuaron marcha hacia el Partenón. El calor intenso se mezclaba con los centenares de turistas agolpados en el barrio Plaka, que rodeaba a la Acrópolis con sus pintorescas calles inundadas de bares, restaurantes y negocios de souvenirs.

Tu sonrisa en el pasado

No va que me siento a tomar el Café de la peatonal y te veo pasar casi corriendo al tiempo entre los millares de turistas. No va que me siento a recordar tu figura en la oscuridad cuando el sol del medio día te ilumina la cara escondiendo la fantasía en el bolsillo, junto con los sobrecitos de azúcar que guardo sin que el mozo se de cuenta.

El tiempo en el aire

-¿Qué hacemos?
-Nada.
-Bueno, el día no está para tirar manteca al techo, pero algo podemos hacer.
-Nada.
-Nada es nada.
-No me digas…
-¿Qué se te ocurre?
-Mmm… nada.
-Gracias por tu colaboración.
-De nada.