Viernes (otra vez)

No creo que me distinga por mis aptitudes. Es posible que cuando salga de casa y me suba al auto, ese maldito auto, marche directo a tu departamento. No es que te extrañe, pero en realidad las veces que puedo voy. Aunque sea un rato, para pasar un tiempo juntos, deleitar esas cervezas frías y hablar mal de las mujeres, escuchar música de nuestra época, recordar historias. Te conozco hace tanto tiempo. ¡Como dura la amistad! Y es mejor así, después de todo no nos vemos desde el sábado. Hoy es viernes. ¡Por suerte!
No hay algo más lindo que el viernes. ¿No te parece? Es el día final de una semana dura. (Siempre son duras cuando se ve desde el viernes) Cuando llega la noche, llega la libertad de hacer todo lo que queremos. ¡Mañana no se trabaja! Y la sensación que falta bastante para el lunes (trágico lunes) es única. Entonces por eso voy a visitarte hoy a la noche, porque falta mucho para que comience la semana (el lunes, trágico lunes).
Me subo al auto. Prendo la radio. (No se por qué no se prende cuando doy arranque) ¡Uh! ¡Parlante izquierdo roto! Se me rompió hace tres meses. No se por qué no lo arreglo. Es que me acuerdo sólo cuando me subo al auto con destino urgente. Siempre ando corriendo, nunca tengo tiempo para componer algo que me molesta, entonces la molestia se multiplica por dos: por el parlante roto y por no arreglarlo. (Es ahí que me doy cuenta que me fastidia más que no me ocupe de mis cosas) Escucho la música en sistema mono en pleno siglo XXI. Algo me dice que no salga. Que mejor me quede en casa. Pero que puede pasar un viernes a la noche, con la libertad por delante y un auto nuevo de primera generación. Marcha atrás. Giro el volante y mi cabeza. Miro hacia atrás. Paro. Pongo primera. (Ya giré la cabeza a su lugar) Entonces, andando.
Lo que más gracia me da es que reviso si me falta algo en pleno viaje, justo cuando volver se torna un tedio. Y ahí mismo me pregunto: ¿Dónde mierda está el celular? Sin detenerme tanteo con la mano los posibles lugares donde puede estar ese maldito aparato de comunicación. Lo busco en los bolsillo, en la guantera, en el piso (guarda con despegar la vista del camino), en la butaca de al lado. Pienso todo lo que hice cuando salí de casa y trato de enfocarme en esos movimientos automáticos. (Son esos actos inconcientes que no recordamos como lo hicimos pero de alguna manera lo hicimos. A mi me pasa de doblar en una calle por costumbre y darme cuanta que por ahí no es) En una de esas el celular aparece en la memoria reciente. A ver, cuando agarré los cigarrillos… ¡Los cigarrillos! ¡Ahora sí me calenté! No tengo el vicio de hablar por teléfono, pero si el de tragar humo. Ya estoy lejos de casa cuando recuerdo que los cigarrillos y el celular estaba en la mesada de la cocina esperando que yo los agarre y los guarde. Cosa que nunca pasó. Nunca. Debe ser el inconciente que me dice que no fume. ¡¿Y el celular que tiene que ver?! Es que estaban al lado del paquete. ¡Me cago en Freud…!
Sigo avanzando por la autopista. Ninguna canción me satisface. Cambio de dial frenéticamente. Una peor que otra. La radio dice: “El gobierno aclaró que… La oposición atacó con… el ministro se desdijo….” Son las mismas noticias de hace cinco seis años. (¡Y más!) Sigo buscando una canción. Sigo. Sigo. ¡Ah! ¡One more night de Phil Collins! ¡Bien ahí! Subo el volumen. Más. Un poco más. El parlante satura. Me importa un bledo. ¡Es Phil! Más. Más. Más. ¡Pum! Parlante pinchado. Bien, sin música, sin fasos, sin celular… sigo igual.
Me acuerdo la época que nada de esto tenía y hoy, por haberlo tenido, lo extraño. Es un llamado a la ausencia. En lo real, no me falta nada. La falta es posible en el registro simbólico. Porque lo tuve, lo conocí. Es el par presencia-ausencia. (Freud… Lacan… lo mismo da) Cuando era chico, salía a la noche con los muchachos del barrio sin teléfono (no existían), sin auto (no tenía), y sin cigarrillos (fumaba a escondidas, es decir que de casa, salía sin una prueba acusadora). Nadie te rompía las pelotas por el celular, no había forma de comunicarse si no era personalmente, o por teléfono de línea. (Era muy caro y mi vieja puso un candado al aparato para que no llame. Fue en ese momento que aprendí algo muy valioso, a marcar con el botón del corte. Es decir que apretaba siete veces para marcar el siete, tres veces para el tres, y para el cero, diez. Y así pude recibirme de argentino, digo, de esquivar la ley para mi propio beneficio) Caminaba hasta la parada del colectivo con las manos en los bolsillos sin más que algunas monedas. El pantalón no sufría ninguna ausencia, es decir, no llevaba nada. Hoy por hoy, me molesta poner el celular, los cigarrillos y la billetera en los bolsillos del pantalón, me molesta mucho. (Las riñoneras se dejaron de usar en los noventa, no insista) Parece que no hay lugar para llevar lo que me diferencia del sexo opuesto. Camino con dificultad por la carga extra. (Ahora se puso de moda el morral = cartera masculina. Al principio estaba un poco reticente. Me parecía muy femenino. Y debo cuidar mi imagen de macho. No será cosa que me confundan con un mariposón. Pero luego me dije, todos tenemos algo de femenino. Y por qué no usar el morral. Es cómodo. Aunque al principio me hacía mover el culo de un lado al otro. Pero eso es otra historia)
Viernes, voy a visitarte. (Sin fasos, sin celular, sin música) Bajo de la autopista, sigo derecho por la avenida hasta… no me acuerdo. No me acuerdo. ¡No me acuerdo! Voy a llamar por telé… no lo tengo. ¡No! Trato de usar la memoria para llegar. (Como si hoy estaría funcionando) ¿Doblo en ésta, o en la otra? Doblo acá. Me equivoqué. ¡Que pelotudo! Doy la vuelta. Era más adelante. Sigo.
Cuando viajaba en colectivo era más fácil de recordar donde bajar, la cuadras que había que caminar. Lo hacía de memoria. (En realidad el que se tiene que acordar el recorrido es el chofer) Con el auto, la cosa se pone jodida. Tengo que memorizar todo el camino desde que salgo de casa. Ni hablar si se me pincha una cubierta, o pierdo las llaves, o choco, o me lo roban. Tengo que cargar nafta, que el nivel de aceite se encuentre en el punto justo, que el agua no falte, el service una vez cada tanto, la presión en las cubiertas, el tráfico, el boludo que toca bocina, yo que toco bocina, el que frena de golpe, el que no frena, el taxi, el colectivo, los peatones, los semáforos, el… ¡Uh! ¡Me pasé! Era ahí. Eso por no concentrarme en el camino. ¿Cómo doy la vuelta? Retomo en esa y listo. Vuelta en “U” y… ¿Quién más? ¡La policía!

-Documentos del auto, registro y tarjeta de seguro.
-Aquí tiene, oficial.
Los mira detenidamente. Camina alrededor del auto. Vuelve.
-¿Sabe usted (son atentos, te tratan de usted) que hizo una maniobra prohibida?
-Sí, oficial, (nunca perder el respeto) lo que pasa es que me perdí, tengo que ir a la casa de…
-No importa a donde se dirige. No se puede dar vuelta en “U”.
-Sí, tiene razón…
-Le voy tener que hacer la multa… (Me gusta cuando incorporan el verbo “Tener”, como una obligación, algo que no depende de ellos. Es tener que… yo no lo haría, pero tengo que…)
Trago saliva. Nervios.
-¿Cómo podemos…?
No quiero terminar la pregunta. Espero que me entienda.
-¿Cómo señor? (Quiere que lo diga…)
-Digo, ¿Cómo podemos… evitar…?- digo moviendo las manos para que se entienda.
-¡¿Señor, usted me quiere coimear?!
(¿Qué pasó? ¿Se erradicó la corrupción? ¿Cuándo? ¿Salio en los diarios? ¿Llegué a ciudad santa? ¿Es jesús?)
Por supuesto que no. Me salió cien pesitos. (Igual me hizo la multa, seguro)

La calle del departamento no la encuentro. Paro en un kiosco, compro cigarrillos y continúo mi aventura. Ahora por lo menos tengo cigarrillos, aunque no encuentro el encendedor. Y es ahí que me doy cuenta que el del auto, no anda. (Hace como un mes no anda, otra cosa que me acuerdo sólo cuando lo tengo que usar) Que fastidio es no tener fuego. Me molesta más que carecer de cigarrillos. Me pongo el cigarro entre los labios y se me hace agua la lengua por el deseo de tragar el humo. Busco a alguien en la calle que fume. Nadie. Ahora son todos sanos. Como me revienta la gente sana. Ese que sale a correr después del trabajo, come sano, toma agua, no fuma, no hace nada que dañe a su cuerpo. ¡Que tipo jodido! Es tan prolijo. Tan ordenado. Tan tarado. Son esos que se molestan cuando prendo un cigarrillo en una reunión, y sin decir una palabra ponen cara de culo (más que la que tenía antes). No les gusta la música, no les gusta el fútbol, no probaron ni un porro, no dejaron ninguna materia para marzo, no les gusta nada que de emociones se trate. Algunos son miopes y usan gafas, otros, también. ¡Todos usan anteojos! No ven la realidad. Hay que fumar, haber probado drogas, tomar alcohol… es decir, cruzar un límite, aunque sea para ver que hay más allá. (No quedarse, eso no…) Y por sobre todas las cosas, ¡Dejar que el otro fume y se rompa los pulmones a gusto, que tome hasta el coma alcohólico! ¡¿Qué pasa, son todos sanos ahora?! ¡Que no se puede fumar, que no se puede tomar, que no se puede Nada! ¡Pero Nada! ¡Hay que ser más tolerante, carajo! ¡Ahí está el departamento! ¡Lo encontré! ¡Al fin!

Me acerco al portero eléctrico. ¿Cuál era el departamento? Es que no retengo más números en mi cabeza. Todo es culpa de la tecnología. Me puede decir alguien ¿quién recuerda un número de teléfono sin fijarse en la agenda del celular? Nos acostumbraron a usar la memoria para otra cosa. Antes no era así. Yo me acordaba de todos lo números de teléfonos de mis amigos. Es que ahora además de tener cuarenta y cinco números, me tengo que acordar el del celular, el del trabajo, de la casa, de el otro celular, sino llamá al de mi esposa que tiene cuatro celulares y… ¡la reputísima madre que lo re mil parió! ¡Todo está en la agenda del teléfono, que llegó a mi vida a joderme! ¡Yo no lo pedí! ¡Me lo impusieron con esas publicidades, con el cambio de vida de la sociedad apurada por contestar a todo el mundo! ¡Odio el capitalismo! ¡Odio que impongan las reglas! Entonces también, ¡Odio al comunismo! ¡Odio el viernes a la noche que te dan esa libertad pero nadie te dice que hacer! ¡Me cansé, aprieto todos los botones juntos y a la mierda! ¡Abro las dos manos y las apoyo en el portero eléctrico! ¡Tomá!

-¿Hola?- voz de señora
-¿Quién es?- voz de mujer joven
-¿Hola?- voz de vieja
-¿Hola? Hola, hola, hola…- voz de obsesivo
-¿Ola?- un analfabeto
-¿Hola? ¿Marta, sos vos?- pregunta la vieja
-Sí, ¿me tocaste el timbre?- responde otra vieja
-No, vos me tocaste… (Eso quisiera ella)
-No, yo no, estoy mirando Showmatch.
-Sí, yo también… ¿Viste a quién eliminaron?
-Sí, esa chica bailaba tan bien. Que cosa ¿no?
-Sí, a la otra turra tendrían que haber eliminado. Esa es una yegua…
-Disculpen- el obsesivo- ¿alguien me tocó el timbre?
-No, joven- responde alguna vieja- se conoce que hubo un corto circuito y se activó el portero eléctrico. La otra noche a una amiga mía, que dios la guarde en el cielo, pobre, se le disparó la alarma y murió de un infarto. Aunque, te digo, que no se si va al cielo, tenía sus cositas…
-Sí, sí… gracias.

Bueno. No pude ir a visitarte. Me voy a casa. Si llego temprano en una de esas encuentro a mi mujer despierta y conversamos un rato. Tomamos un café, escuchamos música, me fumo un cigarrillo. (Que por supuesto lo fumo en el jardín) En una de esas tenemos sexo. (Seguro) No hay nada más para hacer. Mañana me levanto y hago un asado. Los chicos corretean por la casa, gritan, se pelean. Después llega el domingo. Fútbol. Siesta. Llega el lunes y espero que venga el viernes.  En fin. Si a alguien se le ocurre algo más, avise. Por lo pronto, igual… ¡espero con ansias el próximo viernes!

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