Paseo circular

Si lo mismo haría en un lugar descampado, estaría dando vueltas mordiéndome la cola como un perro sarnoso. Pero la realidad es que los edificios me cubren, no dejan ver que caminar sin rumbo es más por no querer llegar a ningún lugar que por no saber a donde ir. Entonces, ahí voy.
Doy vueltas por el barrio, dejando los bares atrás y volviendo al punto de partida. Es claro y conciso. No hay que plantearlo, no pensarlo demasiado. Porque cuando uno piensa demasiado da vuelta las cosas. ¿No te parece? No me digas que no somos capaces de convertir algo sencillo en un inmenso problema al cual después no lanzamos en él y no hay escapatoria posible. Ni un tren a horario te evade de eso.
Ahora bien, cuando paso una y otra vez por el mismo café, me dan ganas de entrar. Pero primero me fijo si es acogedor, si tiene una mesa pegada a la ventana, si el piso está limpio, las mesas ordenadas, el mozo amable y la calle transitada. Para pensarlo mejor, doy otra vuelta por el barrio, puede que encuentre otro café más bonito. Continúo caminando por la vereda pateando una chapita que mágicamente se topó en mi circular paseo. La voy pateando con las manos en los bolsillos, los hombros hacia delante y los ojos fijos en su forma, en su materia, con el ruido de los rebotes de su diminuto cuerpo contra las paredes y las baldosas acanaladas. (Es sorprendente los movimientos irregulares que va dibujando en el aire la chapita) Sigo paso por la vereda, pateando la chapita, pensando más en ella que en otra cosa. Estoy concentrado en que la chapita me haga caso. Es decir que vaya por donde yo quiera que vaya. Ahí está el quid de la cuestión. En no perder la concentración. Si sigo así todo va a salir bien.  El problema radica cuando la vereda se acabe y toque el turno de cruzar la calle. ¿Cómo hago para cruzar con la chapita? Es difícil seguir camino así. Empecé este paseo sin más preocupaciones, pero esa chapita me sumó sus problemas a mí. ¡Será de dios! La gran siete…
Ahora bien (segunda vez que la uso; es una típica expresión usada en los textos filosóficos cuando el autor cree, sólo él lo cree, que ya se entendió lo anterior y, como no puede ser de otra manera, continua peor), tomo la decisión de patearla con violencia metros antes del cordón. En una de esas la suerte juega a favor y los rebotes en la acera la desplazan al otro lado. La pateo. Fuerte. La chapita toma buena altura, cae en el asfalto y rebota dibujando en el aire una comba hasta dar con el cordón cayendo del lado equivocado (según mi deseo). ¿Y ahora? La puta chapita (que la bauticé así después del trágico suceso) se queda inerte en el suelo, inmóvil, esperando que yo haga algo por ella. (Claro, si todavía quiere mi compañía. Ella se cruzó en mi camino, yo pasé una y otra vez y no estaba. Que quede claro) La pateo con un golpe seco y rápido. Pero nada. La puta rebota en el cordón y vuelve unos metros atrás. Los autos la esquivan. La gente me mira (creo, en realidad estoy seguro, no hay nada mejor que hacer). Espero paciente que la soledad de la calle vuelva y me acerco hasta ella. Le doy de nuevo con la misma intensidad que antes. La chapita pega en el borde del cordón y se trepa a la vereda en un acto heroico que solo nosotros dos podemos entender. (Es como esas reuniones de amigos, donde lo chistes sólo valen para ellos y sólo ellos lo pueden entender) Levanto mis brazos ante la mirada atónita de los transeúntes y festejo un gol de media cancha en el último minuto. Camino hasta mi fiel compañera (que a esa altura la vuelvo a bautizar, o por lo menos le saco el “puta” de encima) pero con tanta mala suerte que una vieja inoportuna patea la chapita con su torpe paso y me la deja en medio de la calle nuevamente. (Ahora la vieja pasa a llamarse: “vieja puta”)  
Otra vez a luchar con la chapita y su cuerpo inerte que no sabe hacer nada. Otra vez me pongo a prueba mi talento de llevar a cabo un malabarismo tan astuto como subir la chapita a la vereda. ¿Por qué te pusiste en mi camino? ¿Quién carajo te tiró en la vereda justo cuando yo pasaba? ¡Qué chapita de mierda! (Vuelve la agresión a la chapita, pero “puta” se lo llevó de regalo la vieja a su casa que, para peor, se arrepintió en el borde del cordón y no cruzó la calle. ¡Que vieja puta! ¿O no?)
Ahora estamos la chapita de mierda y yo. (Sin contar las ganas de sentarme en el café de la otra cuadra, aquél que ya pasé unas veinte veces y ya me decidí a sentarme ahí) Le pegó una buena patada. Nada. Le doy bien fuerte. Nada. Le doy y le doy sin descanso. Nada. La chapita de mierda se empeña en cagarme la tarde. (Recuerden: ella se topó conmigo) Entonces me calmo y pienso la estrategia. (No hay mejor cosa que pensar el siguiente paso a seguir. Se que es difícil. En momentos donde la paciencia nos abandona, es cuanto más paciente hay que ser. No se si entiende. El que se calienta pierde, dijo mi padre una vez) A unos metros hay una entrada de garaje. El cordón es más bajo. Esa no puede fallar. Comienzo a patear suavemente la chapita de mierda hasta la bajada de cordón. La separo medio metro para tener distancia de vuelo. (Como lo aviones que carretean para elevar su cuerpo pesado. Esos sí lo hacen. Entonces, ¿por qué la chapita de mierda no va a poder?) La miro atentamente. Tengo sólo una oportunidad, sino termina el juego. Solo una. Es a todo o nada. Es un tiro libre en el tiempo de descuento. El marcador está sin abrir. La barrera se acomoda justo delante. El arquero mueve los brazos pegado al poste acomodando a sus compañeros, especulando por donde puede pasar la chapita de mierda. Doy unos pasos para atrás. El arbitro pita. Emprendo la carrera y le doy un zapatazo tan fuerte que la chapita de mierda pasa a ser “la gran chapita de mierda” cuando rebota en el garaje, rueda por la vereda y cae en el asfalto, inerte, tan pelotuda como el que puso la chapita en mí camino, en mi paseo circular y tranquilo, que nada, pero nada, podía arrancarme un enojo, un disgusto en plena tarde.  
Pero no importa. El árbitro hace repetir la jugada porque la barrera se adelantó. (Típico juego íntimo en horas de aburrimiento. Cuando no proponemos a hacer una proeza y no nos sale, de alguna manera la mente encuentra una salida para nuestra propia satisfacción. Y la vamos estirando con pelotudeces hasta que por fin sale. Y ya no es más proeza sino insistencia. Pero mejor no pensar en eso) Entonces sin pensarlo vuelvo a patearla pero pega en el cordón. La jugada continua, esquivo a uno, me muevo por la derecha, cambio de pie, encaro con la zurda, vuelvo a la derecha, inclino el cuerpo hacia adelante y ¡Pum! ¡Gol! ¡La chapita se eleva y cae en la vereda! ¡Una jugada majestuosa de un gran delantero que no dudó ni un instante de su astucia y su talento! Justo, justo, justo antes de terminar el partido. Impresionante.
Luego de 25 minutos de pruebas fallidas logro mi objetivo. Camino por la vereda de enfrente con la chapita (ya no más de mierda, después de todo hemos pasado cosas increíbles. Desde bajones y frustraciones hasta la alegría emotiva de una aventura callejera. Eso es lo que un buen amigo hace. Eso. Sólo eso. Nada más, gracias), esquivo las pisadas de los transeúntes de que vienen de frente, cuidando que nadie me la tire a la calle. Gambeteo un sorete de perro (o dinosaurio), sigo marcha por las baldosas rotas, los pozos, el agua acumulada de una lluvia de hace tres meses, el portero que sale amenazando con la manguera y las viejas que no entienden que no hay nada mejor que hacer que patear una chapita en esas tardes de calor, cuando paseas en circulo por el barrio.
Llego al café. ¡Que buen y merecido café me voy a tomar! ¿Y la chapita? La dejo al lado del árbol. Ella me va a esperar para retornar juntos a casa. Me siento en la mesa pegada a la ventana. Una pareja discute sobre que auto comprar. Vuelan marcas, colores, modelos, precios, descuentos y prestamos de algún padre. (No puedo escuchar cuál es el que tiene guita, si el de ella o el de él, pero por la apariencia de ella, creo que es el de él) Lo que hace un rato era una mera discusión, se torna un fastidio. Ella golpea la mesa. El levanta la voz. La clientela clava la mirada en la pelea. Ella se levanta y se va. Él, también. (Espero que hayan pagado, no va a ser que me lo quieran cobrar a mí, digo) Los gritos se alejan por la calle.
Si hay algo que no entiendo es por qué la gente se hace problema por cualquier cosa. No puedo creer. No lo concibo. Yo tuve tiempo de meditar unas cuantas cosas en mi circular paseo por el barrio. Estuve con la mente clara, cuidando de no dar vueltas las cosas. Pensé y pensé. ¡Claro que pensé! Di vueltas con la cabeza baja, los hombros hacia delante, pensativo, inmaculado, sereno, viril, humano… Uh! ¡¿Mirá quién entró?! ¡¡La vieja puta!! (Espero que no me haya robado la chapita, la muy conchuda)

No hay comentarios:

Publicar un comentario