La espera

Si después de tanto tiempo que te esperaba venís así, con las manos vacías, los ojos nuevos de tanto anhelo ajeno y la pasión reflejada en mí, debe ser que dentro mío ya vivías hace tiempo, hace mucho tiempo…


Es que puede ser que te esté esperando en el andén, donde ya nadie se mira. El tren a Paris se hace desear como el buen vino todavía estacionado en los barriles; y ahí es donde tu vida comienza, cuando la realidad no tiene mucho que mostrar. Es el comienzo de tu vida, llena de alegrías y abrazos. Enciendo un cigarrillo casi sin pensarlo, sin darme cuenta que es el último y el viaje es largo. Miro a través de tus ojos y sueño con tu vida, tus manos buscando las mías, y la mirada relajada en los fuertes brazos, donde descansa tu vértigo, tu nombre, tu esperanza. Estoy esperando el tren que no llega, y tu imagen se diseña delante de mis ojos como una ráfaga de viento que entra desde la inmensa boca de la estación, y casi en cámara lenta voy pitando el cigarrillo, dejando caer las lágrimas que van deformando la realidad que se mueve tan rápido por el ocaso de la vida cotidiana. Camino unos pasos, esquivando la muchedumbre que se agolpa como manada en la puerta del tren, y no subo, espero el próximo; Paris no me espera. Respiro profundo, exhalo el humo del cigarrillo, tiro la colilla, y te busco como cada noche, entre los hierros retorcido de la estación, esperando al tren, que me lleve a Paris, que no me espera…

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