La librería de la rue de la Huchette (segunda parte)


Antión abrió lo ojos cerca del medio día. Había dormido tan profundo que la claridad del nuevo día levantó el sol hasta casi lo más alto sin darse cuenta. La lluvia parecía haber emigrado a otro país dejando sólo el frío atorado bajo el cielo de Paris.
Se levantó lentamente y luego de un baño caliente, se vistió con la poca ropa que le quedaba limpia del viaje. Bajó al lobby a desayunar pero el horario había terminado casi dos horas antes. Tomó un cigarrillo y se lanzó a la calle hasta dar con un bar donde un café y unas tortitas de masa acarameladas le dieron los buenos días.
Terminó el desayuno y caminó costeando el río Sena. Llegó hasta la catedral de Notre Dome e ingresó un poco para conocer y otro poco para resguardarse del frío. Los altos techos decorados con figuras religiosas le hacían recordar los libros de historia y el centenar de fotos que había visto en la secundaria. Recorrió el pequeño museo en su interior casi sin prestar atención. Su pensamiento se inundaba con la sonrisa de Nathalie y los ojos marrones con la mirada tierna y complaciente. Recordó que al principio ella no había sido tan amable y rió suavemente mientras salía a la calle y el frío lo atrapaba nuevamente. Siguió paseando por la ciudad torciendo el tiempo entre las esculturas, los viejos puentes, los pintorescos edificios que ciernen las angostas calles esquivando los placenteros rayos de sol del invierno y los gratos Cafés franceses incrustados debajo de las antiguas construcciones.
A media tarde un rayo de sol calentó su cuerpo y se sentó e una pequeña empalizada que rodeaba el edificio de “Les Invalides”. Encendió el último cigarrillo del paquete y cerrando los ojos, giró la cara contra el sol. Se mantuvo inmóvil durante varios minutos, dibujando formas extrañas en la oscuridad de sus parpados. El rostro de Nathalie se fundía con su antigua novia, segura de sí mismo ante un Antión que dudaba hasta de su propia existencia. Continuó caminando buscando un lugar donde comprar cigarrillos. Europa no poseía kioscos, así que ingresó a un diminuto bar y luego de una larga explicación al cajero, pudo conseguir cambio en monedas y sacar un paquete de la maquina expendedora. Siguió avanzando hasta llegar al Arco del triunfo. La rotonda estaba rodeada por el feroz transito. Lo autos arrancaban el empedrado del suelo. Antión hizo un intento de cruzar pero las bocinas y una que otra frase en francés se escapaba por las ventanillas de los coches. En su segundo intento por cruzar un turista lo atajó en pleno suicidio y le señaló la entrada subterránea para llegar al magnífico monumento. Antión con una sonrisa avergonzada, dio las gracias y se introdujo rápidamente.

La espera de ver a su única amiga francesa, venía llegando a su fin. Caminó en línea recta por la Champs Elysées. Llegó la esquina de rue de Marignan donde Pizza pino se levantaba desde la acera, decorando la ciudad con luces navideñas y muérdagos. Miró su reloj, faltaba un poco más de dos horas para su encuentro. El sol se iba apagando en la metrópolis, dejando el frío recorriendo libremente la famosa avenida. Las luces pasaban a primer plano, los turistas le hacían frente a la baja temperatura, los parisinos emprendían su vuelta a sus hogares en su último día de la semana. Antión caminaba en círculos para ahuyentar el frío. Encendió un cigarrillo para tener algo caliente cerca y acomodó su campera mientras observaba los árboles decorados con centenares de lucecitas que cernían la Champs Elysées. Por un momento pensó que Nathalie nunca llegaría. Podía haber sido que ella no tenía interés en verlo nuevamente, o, si algo le pasaba, no podría comunicarse con ella. Se sentía inseguro y temeroso, más que nada por haber ansiado tanto el encuentro. Se concebía tonto e incrédulo. La hora de su llegada se iba acercando a paso firme, tambaleando entre las sombras de los árboles y las caminatas nocturnas de los transeúntes. Los autos lo miraban cínicamente, los turistas se reían de su pesar, los mozos de la pizzería lo señalaban murmurando entre ellos. Antión agachó la cabeza llena de miradas pegadas a su cuello y caminó unos pasos. El reloj marcaba la hora. Nathalie tendría que llegar de un momento a otro. Si no aparecía sólo otro recuerdo amargo escribiría una  página más en su bitácora de viaje.

-Disculpa mi tardanza…- dijo una vos suave en su espalda.
-No te preocupes…- exclamó Antión girando su cuerpo y observando su reloj que delataba la media hora tarde de Nathalie.
-El tránsito se pone insoportable los viernes.
-Sí, ¿tomamos un café?
-Mejor comamos algo, estoy muerta de hambre.
-D`accords.- pronunció Antión con la sonrisa plasmada en el rostro.

Ingresaron a la pizzería y se sentaron en la mesa que daba a la avenida. Nathalie comentó de su ajetreado día. Antión ilustró su paseo por la capital sin mencionar su gran expectativa por volver a verla. Comieron en silencio cruzando las miradas entre la cerveza fría y la pizza que derramaba el queso fundido en la mesa. Antión contó de su rutinario trabajo y los deseos de cambiar. Nathalie lo escuchaba haciendo pequeñas intervenciones. Antión recorrió todo su pasado relegando la culpa a sus padres, sus amores sin fortuna, y sus propios miedos que le brotaban de los poros. Terminaron la cena y salieron a caminar por la ancha avenida. Nathalie paraba en cada negocio, y comentando los precios, buscando la opinión de Antión que se anunciaba cada vez más cercano a ella, como un hombre que poco a poco se iba enamorando de Paris tras su mal comienzo con la capital francesa.

-¿Estás escribiendo algo para el diario?
-Tengo que mandarlo el domingo. Pero todavía no tengo nada pensado.
-Podés contar las desventuras amorosas de un argentino en Paris.- bromeó Antión.
-Lo voy a pensar. No está mal…- suspiró Nathalie mientras tomaba el brazo de Antión.

El silencio de sus palabras se pronunciaban en los ojos perdidos de Antión que caminaba despacio apretando su cuerpo en el de Nathalie, intentando detener el tiempo cargado a sus espaldas, amenazando su calma que ahora inundaba su interior.

-Podría enamorarme esta noche.- pronunció por fin Antión.
-Ya se…- asintió Natahlie con la mirada fija en sus propios pasos.
-Qué mala suerte no haberte conocido antes.
-¿Qué cambiaría?
-Un tiempo más con vos.
-Y luego…
-No se…

Quedaron en silencio escuchando sus pasos marchando hasta el Arco del Triunfo y retomando por la vereda de enfrente hasta la rotonda. Antión se sentía inseguro de besarla. Movía su cabeza anclando sus ojos buscando los de Nathalie. Nathalie lo miró se paró frente a Antión y dijo:
-Puede que estés enamorando de todo lo nuevo que estás viviendo. De un sentimiento de que puedes cambiar de dirección a pesar de tu temores, y que ya no la necesites a ella para poder vivir.
-No se, puede ser. Pero no quiero pensar demasiado, no soy bueno para eso, me termino acobardando.
-Y después qué…
-Me parece que estoy acosando tu seguridad.- concluyó Antión mientras acariciaba su rostro. Sus yemas recorrieron la comisura de la boca, su rojiza mejilla y lentamente fue disminuyendo la distancia entre sus labios y los de Nathalie, que al principio ponía una leve resistencia hasta sellar una salida casi perfecta bajo el cielo helado y las luces reflejando sus cuerpos pegados en la romántica Paris.
Nathalie se alejó súbitamente.

-Mañana te vas…
-Sí, pero no pensemos en eso. Si no vamos a pasar una noche de mierda. Hagamos de cuenta que nos vamos a seguir viendo y disfrutemos de la fría noche.
-D`accords- suspiró Nathalie mientras abrazaba fuertemente el cuerpo de Antión.

Caminaron con la noche por detrás. Rieron en cada esquina, se besaron a cada paso. Las miradas dejaron de investigarse para desearse a cada hora. Recorrieron el río Sena, ese mismo que Antión había visto desde lo alto de la Torre Eiffel, cortando la ciudad en dos, como un antes y un después. Cruzaron los puentes hasta la otra orilla, observando la ciudad en distintos ángulos. Nathalie recorría su Paris como si fuera la primera vez en hacerlo, descubriendo nuevos lugares, monumentos y calles que nunca había visto. Antión la miraba caminar cuando se alejaba, retenía sus pasos seguros, su mirada a veces desafiante y la ternura francesa irradiada en los finos cafés que corrían las angostas calles. Los negocios iban cerrando sus jornadas tras ellos, los autos comenzaban a escasear en las avenidas, el reloj galopaba continuamente, incesante, como un cínico caballero cortando el aire con su espada. Se dejaron llevar entre los cuentos y la música de un acordeón lejano, la bohemia y los cálidos encuentros de sus ojos que miraban al mañana como la muerte de su aventura. Nathalie le mostró donde trabajaba, Antión imaginaba sus días en Paris, recortando la distancia con Buenos Aires, sintiendo la felicidad brotando de sus poros. Caminaron y caminaron, perdidos en el tiempo y sin encontrar el espacio. Eran ellos dos, solos en el mundo, lejos de sus vidas, sus obligaciones, fantaseando con una vida juntos, descartando toda la complejidad humana que los envolvía como la piel misma de sus cuerpos, inherentes al pesar del hombre. Por momentos fueron libres de sus propias circunstancias,  destruyendo el pasado en sus bolsillos, reteniendo las horas en una mano, escapando de la realidad, corriendo entre las solitarias calles, surcando las anchas avenidas bajo la mirada vigilante de la torre de hierro, que en ese momento, no significaba nada, absolutamente nada.

-¿A que hora sale tu avión?- preguntó Nathalie mientras se acomodaba en la silla de algún Café perdido en Paris.
-A las 9:00 am.
-Temprano…
-Cualquier hora es temprano…
-El lunes tienes que trabajar.
-Sí.- suspiró Antión con la mirada triste, sabiendo que la rutina uniformaría su presente con el pasado.
-¿Que vas a hacer mañana cuando llegues a Buenos Aires?
-Recordar esto.- dijo Antión paseando la vista a su alrededor.- Dormir un poco y despertarme solo.
-No cambies tu vida por un momento placentero. No soy yo sola la que va llenar tus pensamientos, es todo el conjunto de cosas que estás viviendo, tan fuerte y corto.
-Puede ser, pero cómo irme, cómo dejar todo esto. Cómo alejarme de vos, de Paris.
-Subiendo al avión…
-Vos haces todo muy simple. Tu seguridad aparente es tu mecanismo de defensa, tu traje de amianto, tu escudo protector.
-An, tú tienes una vida allá, y yo acá.
-¿Y?… se puede cambiar el destino en un noche.
-No, no creo.
-Al final la temerosa sos vos. Por eso no has querido vivir con nadie. No te animaste…
-Sí, pero me falló.- interrumpió Nathalie con la vos enojada.
-A mi también…
-Eres muy soñador…
-La soñadora deberías ser vos, sos escritora después de todo, yo trabajo en un Banco. Sigo números y cheques…
-No hay nada que nos limite a nuestra forma de ser, pero sí a nuestros actos. Puede que tengas razón, que no me involucro para no salir lastimada, y que hoy y ayer me dejé llevar…- Nathalie hizo una pequeña pausa, tomó un sorbo de su café y continuó- …y mañana voy a pensar en ti, y pasado también, y con el correr de los días tu rostro se irá difuminando como el humo del cigarrillo. Y cuando pasen los meses, los años, serás un tierno recuerdo en mi memoria. No recordaré tu cara, será el dibujo idealizado de tus ojos en mi memoria; no recordaré por donde caminamos, ni el sabor de tus besos, pero seguramente resumiré todo mis pensamientos en las huellas de mi inconciente, escondiendo el sentimiento dentro de mi caparazón de hierro.
-Ahora estás escondiendo tus sentimientos. No será que el miedo te recorre más que a mí. Puede que en mi vida no me he jugado nunca por nada, he sido temeroso de jugarme por lo que quería, he llegado hasta la angustia con tal de no cambiar el destino, de seguir por donde yo sabía que la seguridad me llevaba por buen camino, pero no soy el único en esta mesa.
-No cargues en mí tu decisión. No puedo prometer una vida juntos. No se si el lunes volveré a casa enojada del trabajo, rasgando el encanto…
-¿Pensaste en no venir hoy?
-Sí…
-¿Qué te decidió?
-No se… no se…

Antión se quedó pensativo. Paso su mano por el pelo, encendió un cigarrillo y lo fumó casi enseguida, con el corazón latiendo como un bombo enardecido. Dejó caer su mano en la mesa y acarició lo pequeños dedos de Nathalie que se movían nerviosos rascando la superficie de madera. Se miraron en silencio tomados de la mano, separando sus cuerpos a lo largo de la mesa, inmóviles, sosegados, inertes. La duda, la inseguridad de cambiar una historia, una vida retenida en las oscuras paredes de algún café parisino. Nathalie dejó brotar una lágrima de sus ojos que recorrió la mejilla y desapareció en la comisura de su boca. Los ojos de Antión descansaron en la mirada de ella, con los músculos entumecidos y la expresión triste iluminado por la vela flotante que decoraba la mesa. El reloj avanzaba inescrupuloso sin medir las consecuencias a su paso, tan insolente, tan cínico. La lluvia volvía a caer sobre la ciudad, perdiendo las gotas en la ventana que surcaban el vidrio y morían en la base, los autos iluminaban las finas la fría garúa con sus faroles, los turistas corrían cargando sus pesados bolsos, el barrio latino arrojaba su fragancia entre los textos impresos de las antiguas páginas que escribían una nuevo cuento, deambulando entre sus veredas, flotando por el aire inspirador de Paris, que se alejaba más y más a Buenos Aires, jugando un juego peligroso, que nadie supo entender…

Cerró el libro y lo guardó en la mochila. Se quedó en silencio escuchando la música de fondo surcando el lobby con melodías de acordeón. Se puso de pie, y se lanzó a la ciudad, esperando que un nuevo cuento lo espere durmiendo entre los viejos estantes de madera en la librería de la rue de la Huchette.

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