La librería de la rue de la Huchette (primera parte)


Buscó el libro en su mochila y se acomodó en el sillón del lobby pegado al ventanal que mostraba un Paris húmedo, bajo el cielo gris, recogiendo las miradas de los turistas que corrían por la angosta calle.
Y fue justo en el momento indicado que Antión jugó un juego peligroso. Dado que nada había que hacer esa tarde de invierno, salió a caminar por la avenida buscando un buen Café donde pasar las horas. A travesó el pequeño hall del hotel y se lanzó a la ciudad parisina, velada por el frío de diciembre, las veredas humedecidas por la fina lluvia, el viento helado y la belleza de una metrópolis llena de historia y bohemia. Dobló en el boulevard Saint Germain y siguió caminando a paso lento, cortando la mirada con la tristeza de dejar tan bella ciudad para volver a su país. Atravesó los bares, los negocios de baguettes recién horneados, las caras refugiadas detrás de las ventanas de los Cafés, la música del tráfico, las luces que poco a poco comenzaban a iluminar dejando las estelas reflejadas en las baldosas, los apurados peatones, las miradas tristes y los turistas cargando sus pesadas mochilas. Deambuló casi sin saber dónde podía llegar su aventura, o su imaginación, escapando a la realidad de una capital francesa dispuesta recibir el año nuevo, con los árboles decorados de centenares de pequeñas luces, hasta que se decidió comprar un libro en el negocio que había visitado días atrás. Giró por la rue Saint Jaques, caminó esquivando el viento de frente que se le metía por la cintura y le enfriaba el pecho, apretó sus brazos contra el cuerpo y continuó paso hasta la rue de la Huchette. Casi corriendo los últimos metros ingresó a la librería. Respiró el aire caliente y acogedor del local, sumado a un aroma a viejas páginas amarillas que el tiempo atrapaba en la encuadernación cosida durmiendo por años en los estantes de madera. Una joven miró de reojo su llegada y sonrió por su aspecto, parecido a un hombre escapado de la guerra arribando al paraíso. Antión suspiró de placer y se dispuso a  buscar un libro que pueda recordarle un poco a Paris, y otro poco a suavizar su tan atormentado viaje.

- Bonjour,- saludó Antión a la empleada- Do you speak inglish?
- Non, je ne parle que français- contestó sin mirar mientras ordenaba unos libros en los estantes.
-Ah, que macana.
-Livres en espagnol, en haut à droite- dijo un poco más complaciente.
-No, entendí.
-En haut à droite.- volvió a decir un poco más fuerte señalando unos estantes.
Antión miró por arriba de su cabeza pero no entendía que era lo que le quería decir. Miró el lugar señalado y cuando estaba por preguntar otra vez, la joven que lo había visto entrar, explicó en un español contaminado de francés:
-Libros en español, ahí arriba.
-Gracias, muchas gracias.
Antión se acercó a la biblioteca señalada, tomó un cigarrillo entre sus dedos y se lo puso en los labios.
-Non fumer- advirtió la empleada desde lejos.
-¿Qué?- preguntó Antión
-Que no se puede fumar.- aclaró la joven mientras intentaba concentrarse en la lectura.
-Gracias.- agradeció y guardó el cigarrillo.- ¿Trabajás acá?
-No.- respondió la muchacha sin mirar
-¿Sos parisina?
-Sí.
-¿Estudias español?
-No.
-¿Familia española?
-No y no.- contestó con un suspiro molesto.- ¿vienes a comprar un libro o a hacerme una entrevista?
Antión sonrió un poco nervioso y se disculpó en francés, sacando a relucir sus escasas palabras aprendidas. Comenzó a pasear la vista por los viejos libros perfectamente ordenados en los estantes. No conocía ningún autor, los títulos tampoco le seducían demasiado, era imprescindible tener que preguntar sobre algún texto que refiera a lo que estaba buscando. Miró a la chica sin que ella se de cuenta. La joven continuaba leyendo. Antión no se animaba a interrumpirla, pero la empleada del lugar, sólo hablaba francés. Tomó coraje y lentamente se acercó a la chica, envuelta en una gruesa bufanda marrón que hacía juego con sus ojos, que hasta ese momento, no le prestaban ninguna atención.
-Perdona que te interrumpa- se excusó amablemente. La muchacha levantó la vista sin sorprenderse, como si sabía que algo le iba a preguntar de un momento a otro. –Estoy buscando un libro con historias en Paris. Algo así como si me trasladaran a esta capital cuando esté lejos, como las típicas películas francesas. ¿Me entendés?
-Sí.- respondió un poco más cordial.- pero es difícil. No conozco mucho.
-¿Si le preguntás a la simpática señora?
La joven rió inesperadamente y cerró el libro. Se acercó a la mujer y comenzaron a hablar en el fondo del negocio. Antión esperaba en la otra punta mientras paseaba la vista por el local. Se moría de ganas de fumar. Pensó en salir a la calle a dar un par de pitadas al cigarrillo. Miró por la ventana y desistió de su idea por la fuerte lluvia que ahora se desataba por las calles parisinas.
-Dice que sabe que alguno hay, pero que no sabe dónde. Pasado mañana a la tarde viene la encargada y a ella le puedes preguntar.-Comentó la joven acercándose a paso lento.
-Pasado mañana, es sábado, ¿no?
-Sí.
-Me vuelvo a la Argentina. ¿No viene mañana?
-No, me ha dicho el sábado.
Antión quedó pensativo con la mirada perdida. Se pasó la mano por la barbilla y decidió ir a otra librería.
-Voy a buscar en otro lugar. Merci.
-De nada- dijo la joven y volvió a la lectura.

Antión salió a la puerta y se paró en la entrada debajo de un alero refugiándose de la lluvia. Encendió un cigarrillo y miró a la muchacha a través de vidrio mojado. Se quedó dando largas pitadas con la vista estacionada en su pelo, su dulce y angelical cara y sus ojos marrones que leían sin parar un libro tan gordo que sus pequeñas manos costaban sostener. Algo de ella le gustaba, le era familiar. Su dulce voz encontraba en un Antión una paz que no hallaba hace tiempo. La observó pasar las páginas suavemente, correr su pelo de la cara, rascarse su pequeña nariz como un tic nervioso cada vez que terminaba un párrafo o daba vuelta una página. Dio la última pitada al cigarrillo, tiró la colilla al suelo y en un acto de valentía inusual en él, ingresó nuevamente al negocio, decidido a romper la vergüenza que se interponía en sus actos.
-¿Te puedo hacer una pregunta?- comenzó Antión con la vos un poco tímida y quebrada.
La muchacha levantó la vista con la sonrisa contenida, sabiendo que ya no se trataba de libros o cuentos, de autores o películas francesas, de historias parisinas plasmadas en la literatura de algún romántico escritor, manchándose con la tinta sus dedos en los Cafés de Montparnasse.
-No lo tomes mal.- prosiguió Antión- Yo no se tu estado civil, ni tu situación amorosa. No quiero que me mal interpretes, es que me voy en dos días, me gustaría conversar con alguien de la ciudad. En realidad…
La chica escuchaba un conjunto de palabras justificando un café para conocerse. Le causaba gracia la manera de explicar su deseo de invitarla, y hasta muy tímido y simpático y que no paraba de hablar. La muchacha levantó la mano en señal de que no prosiga más con su parloteo y dijo:
-¿Quieres invitarme un café?
-Si.- se rindió Antión.
-¿Puorquoi pas?
-¿Eso es un no o un sí?
-Oui. Ok.



Salieron a la calle. Siguieron por la rue de la Huchette, esquivando la lluvia, refugiándose en cada techo donde paraban unos segundos hasta el siguiente saliente. En uno de esos Antión descubrió su nombre, Nathalie; averiguó su estado civil, igual que él, soltera; su edad, 30, cuatro menos que él. Caminaron a las apuradas, cruzando la calle entre el tránsito estancado, los turistas, las luces de la calle que dibujaban extrañas formas en el pavimento, los locos, los artistas, la ciudad inundada por la pasión y el agua. Llegaron a un pequeño bar ubicado en la esquina y se sentaron en la parte de afuera cubierta por un techo de chapa y toldos transparentes que hacían a su vez de paredes, amparando a los clientes de la helada. Antión se sacó la campera húmeda y ayudó Nathalie a desprenderse de su largo saco. Lo colgó en el perchero ubicado en la esquina del local y se sentó frente a ella separada por una pequeña mesa y una vela amarilla que quemaba sus últimas gotas de cera. Antión llamó al mozo levantando una mano y ordenaron un café au lait grande para él y un café crème para ella.
Nathalie acomodó su pelo, se quedaron en silencio por un rato, investigándose el uno al otro, disimulando la mirada. Antión observaba por la ventanilla, intercalando con el rostro de Nathalie cuando ella se distraía. Jugaron un juego sin palabras, platicaban con los ojos, fundiendo las miradas entre los pelos enredados por la humedad y las manos frías y mojadas. Nathalíe tomó una servilleta y se secó la mejilla. Antión la miraba perplejo, como el día que subió a la Torre Eiffel y observó Paris desde lo alto, atravesado por el  Sena que cortaba la cuidad en dos.

-Si no estudiaste español ni tenés un familiar español, ¿Cómo es que hablas español?
-Desde los dos años a los nueve, más o menos, viví en Madrid. Mi padre trabajaba en una empresa y lo trasladaron a la capital española. Casi toda mi infancia la hice ahí. En casa se hablaba francés y mis amigos en español.
-Ah, entiendo. Pero no tenés mucho acento español.
-En realidad creo que no tengo acento de nada.- suspiró Nathalie mientras despejaba la mesa para que el mozo depositara las tazas de café.- Para los franceses tengo acento español y para los españoles hablo con acento francés.
-Sufrís una carencia de raíces con respecto al acento.
-Se puede decir que no pertenezco a ningún lugar o a dos lugares al mismo tiempo.
Antión esbozó una leve sonrisa mientras vertía dos sobres de azúcar al café. Nathalie lo endulzó con edulcorante y revolviendo la taza continuó:
-En la escuela me cargaban por el acento, así que lo sufrí bastante. Más que nada por arrastrar la “r”.
-Y en la adolescencia se es un poco cruel.
-Y cuando uno es adulto también. El hombre no deja de ser cruel, lo esconde, lo inhibe.
-Si, es verdad. ¿Estudias filosofía o algo así?
-No, sociología. Ya me recibí. Pero me encanta la filosofía.
-Yo empecé administración, pero no terminé. A los 25 años dejé porque con el trabajo era demasiado. Me fui a vivir solo y me dedique a joder.
-¿A joder?- preguntó asombrada.
-Sí,- respondió riendo sabiendo que nunca lo hubiera entendido- a salir con los amigos, chicas… disfrutar un poco todo.
-C´est la vie.
-¿Cómo?
-Así es la vida.

La lluvia no dejaba de caer y los autos se amotinaban en la calle desesperados por llegar a destino. Los transeúntes corrían por la calle sosteniendo paraguas y portafolios. Los turistas, envueltos en grandes camperones de lluvia, iban ingresando al bar que poco a poco llegaba a si límite de capacidad. Pláticas en inglés, francés y español, se escuchaban envueltas en un murmullo continuo como música de fondo. Algún que otro alemán sosteniendo una cerveza delataba su nacionalidad y su estado de ebriedad temprana. Nathalie daba pequeños sorbos al café y hablaba con una dulzura que a Antión lo cautivaba. Se quedaba contemplando su boca, perfectamente delineada, y la mirada tierna y sincera. Convidó un cigarrillo que ella rechazó y lo encendió atisbado por la sonrisa complaciente que su rostro dibujaba. Nathalie sacó de su cartera el celular, lo apoyó al lado del recipiente que contenía los sobres de azúcar y preguntó a Antión:
-¿Estás de paseo o por trabajo?
-De vacaciones. Siempre quise conocer Paris. Así que me di el gusto.
-¿Hace mucho que llegaste?
-No, estuve en Barcelona una semana visitando un amigo. Y después me tomé el tren para acá hace tres días. Y el sábado a la mañana me voy.
-¿Viniste solo?
-Sí, mi amigo se quedó laburando. Yo ya había planeado mis vacaciones hace tiempo.
-Y en Argentina, en dónde trabajas.
-En un Banco. Soy oficial de cuentas.
-Interesante…
-Para nada…
Se quedaron uno minutos en silencio. Nathalie terminó el café y acomodó su delgado cuerpo en la silla. Antión continuó mirando el movimiento de la calle con idas y venidas de la gente, las corridas y los autos todavía trabados en el tránsito. La hora de salida laboral era igual en todas partes del mundo, pensó. Dejó caer la ceniza en el cenicero y dio la última pitada estrellando la colilla en el fondo.
-Mañana puedes buscar el libro que deseas tranquilo durante la tarde.- propuso Nathalie.
-Sí, en realidad quería tener un recuerdo de Paris, algo que me transporte a sus acogedoras calles…
-Hoy no está muy acogedor que digamos- interrumpió con la sonrisa dibujada.
-No te creas, me gusta el frío. La lluvia es bonita verla a través de la ventana.
-Eres todo un romántico. Pure romance.
-No opina igual mi ex…
-¿Cuánto tiempo estuviste en pareja?
-Como diez años. Rompimos hace tres meses.
-Recién estás saliendo del pozo. Me imagino. Y creo que tu viaje tiene mucho que ver con eso.
-Ni que fueras adivina.- dijo Antión dando un sorbo al café y luego de tragar continuó- Decidí alejarme lo más que pude por un tiempo. La primera semana con Martín, mi amigo en Barcelona, la pasé bien. Además hace mucho no lo veía y fue todo un evento volver a encontrarnos.- Antión hizo una pausa, encendió otro cigarrillo que colgó del cenicero y exhalando el humo continuó- La segunda semana, acá en Paris, estuve bastante mal.
-Cuando estás sólo la cabeza trabaja…
-Exacto. Eso es porque no hay nadie que te distraiga.
-Yo vengo a ser tu distracción, entonces.
Antión rió avergonzado por la conclusión tan certera de Nathalie.
-No lo tomes así…
-No te preocupes…
-¿Por qué aceptaste mi propuesta casi indecente?- bromeó Antión
-Buena pregunta. No se si hay una buena respuesta. Pero puede que algo en ti me ha agradado, me pareció sincera tu forma de explicar por qué querías invitarme un café.
-No soy muy bueno para encarar chicas. Soy bastante tímido.
-Se nota. Y me pareció tierno de tu parte animarte.
-¿Querés comer algo?
-Hay un lindo lugar a pocas cuadras. Si tienes ganas de comer las baguettes francesas en Paris.
-Sí, no comería otra cosa.
Antión pidió la cuenta, dejó la suma en la mesa y salieron a la calle. Aunque la lluvia había mermando un poco el viento soplaba un aire frío que congelaba hasta los huesos. Caminaron por la estrecha vereda hasta dar con la avenida. Continuaron en línea recta pasando las vidrieras decoradas con luces navideñas, conversando para ahuyentar el frío de sus cuerpos. Cruzaron la avenida en diagonal hasta dar con el pequeño negocio. Nathalie se adelantó y saludó a una empleada. Hablaron unos minutos mientras Antión elegía una baguette entre el centenar de variedades expuestas en el mostrador de vidrio. Le indicó a Nathalie por cual había optado y ella se encargó de hacer los pedidos en la caja. Antión no dejó que ella pague y en una cordial discusión disidieron compartir los gastos. Subieron las escaleras que los depositaban en un diminuto salón con no más de diez mesas. Se ubicaron en la ventana por elección de Antión que le gustaba la vista desde el arriba. Nathalie, demostrando un poco más de confianza, se sentó juntó a él. A Antión le agradó y comenzó a abrir su baguette envuelto por un forro de papel. Tomó un sorbo de gaseosa y comieron juntos mirando la avenida poco iluminada por las luces de la calle. Los autos empezaban a escasear en la avenida, el transito de había destrabado y los parisinos parecían haberse escondido de su vista. Una que otra pareja los acompañaba en el restaurante. Muchos eran turistas, con la mirada cansada de tanto trajín durante el día. Antión recordaba lo que había caminado los primeros días. Había ido a conocer el museo del Louvre y eso fue lo suficiente como para que las piernas le duelan por horas.
Antión y Nathalie casi no hablaron durante la cena. Dedicaron su tiempo en silencio a saborear los exquisitos sabores parisinos envuelto en pan recién horneado. Antión terminó primero y no dudó en sacar un tema de conversación.
-Y cómo puede ser que una parisina tan bonita esté sola.
-Estuve un tiempo. No tanto como tú. Pero me parece que éramos bastante distintos.
-Pero no es mejor ser distintos que iguales.
-Sí, pero una concordancia tiene que haber. Tiene que haber un punto donde encontrar algo en común. No pretendía que tenga mis mismos gustos pero algo de uno se tiene que reflejar en el otro.
-Sí, pero igual creo que cada es como es en la pareja un poco por el otro. No creo que uno sea lo más sincero u honesto consigo mismo. Siempre hay algo que ceder y cuando se cede… es porque en el fondo no es como el quiere.
-Y por ese mismo motivo nos alejamos. Porque nadie quería ceder.
-¿Vivieron juntos?
-No.- respondió Nathalie y luego de un sorbo de gaseosa continuó- No, en realidad no he vivido nunca con una pareja estable. Comparto un departamento con una amiga. Y eso es un problema para estar en pareja, a ella no le gustaba mucho mi novio. Igual estoy en campaña de ir a vivir sola. Ya son muchos años de compartir todo.
-Que mala onda, digo de su parte. ¿Ella está en pareja?
-Sí, con una chica. Es lesbiana.
Antión se atragantó con la gaseosa y tosió golpeando el pecho con su mano.
-Perdón- se disculpó Antion- No esperaba esa respuesta tan natural.
-¿Y como debía decirlo?
-No, está bien. Lo que pasa en dónde yo vivo no es conversación cotidiana estas cosas.
-Ah… bueno… pero la cuestión es que no lo dejé por ella, la decisión fue mía. No creo que esté hecha para compartir una vida con alguien.
-Bueno pero eso puede cambiar cuando te enamores en serio.
-No se, puede ser. ¿Y tú que haces en tu tiempo libre además de acechar chicas en las librerías?
Antión lanzó una carcajada que retumbó en las finas paredes del local. Los turistas lo miraron asombrados hasta uno que otro terminó por contagiarse.
-Me gusta leer.- respondió con la risa contenida.- ¿Vos?
-Leo y escribo. Me gusta escribir cuentos, historias, pensamientos. Es más estoy escribiendo algunas crónicas para un pequeño diario de un pueblo no muy lejos de Paris. Soy como una corresponsal en la capital.
-Escribís cosas de Paris.
-Sí. Eso me gusta bastante. Aunque no me pagan mucho. En realidad trabajo en una empresa alimenticia como secretaria de uno de los jefes.
-Interesante…
-Para nada…

Continuaron platicando traspasando las horas. La calle yacía en soledad salvo algún turista perdido o paseando por las tranquilas veredas. La mujer de limpieza empezaba a levantar las mesas y repasar los pisos.
-Parece que nos están echando.- concluyó Antión mirando a la empleada.
-Sí, vamos. Ya es tarde y mañana tengo que trabajar.
Salieron a la calle y Antión se ofreció a acompañarla. Caminaron por media hora por la ciudad, atravesando las calles barnizadas por el la lluvia, los negocios cerrados con las vidrieras iluminadas tan solitarias y silenciosas que lo único que se escuchaba eran sus pasos avanzando por Paris. Llegaron a un portón de un edificio y Nathalie giró su cuerpo hasta quedar frente a frente con Antión, que la miraba admirando su belleza natural y la forma en que sus ojos se posaron en lo suyos.
-¿Estás seguro que sabes llegar a tu hotel?
-No.- rió Antión.
-Es fácil y no es lejos. Tienes que tomar…
-No te preocupes… de alguna manera voy a llegar- interrumpió mientras encendía un cigarrillo para disimular la timidez.- Puedo preguntarte qué vas hacer mañana.
-No sólo que puedes sino que ya me los estás preguntando.- bromeó Nathalie acomodando su pelo detrás de la oreja.- Mañana trabajo hasta las 16 horas. Después tengo que ir a hacer unas diligencias y me libero más o menos a las 6 de la tarde.
-Entonces te parece si nos encontramos tipo 7 de la tarde donde quieras.
-Sí, en la Champ Elyses hay una pizzería.
-Pizza Pino.
-Vale. Bonne niut.
-Bonne nuit…

Antión volvió al hotel lentamente. Dejando atrás la lluvia, surcando el  viento frío que ahora se adueñaba de la ciudad, levantando la basura del piso, doblando por las esquinas a su antojo. A cada paso dibujaba la sonrisa de Nathalie, pintaba sus ojos en los maniquíes de las frondosas vidrieras, esbozando su pequeño cuerpo y la mirada tierna en cada farol de la calle que le indicaba el camino al hotel, donde una cama solitaria lo esperaba pero que ahora llenaría de con los recuerdos recientes de Nathalie, la muchacha de la librería de la rue de la Huchette.

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