Saturno Pereyra

Saturno Pereyra, el Capo, como lo llamaban en el barrio, caminaba por el barrio como un rey por su castillo. Con la espalda erguida, los hombros levantados y la mirada altanera hacía apartar del lugar a quien se ponía en su camino. Detrás suyo lo seguían los mitos y leyendas que se pasaban de boca en boca cada vez más majestuosas. Era un personaje de ficción escapado de los cuentos magistrales de la mitología griega. Nadie sabía exacto su paradero ni con quien vivía. Pero se decía por ahí que había matado a su padre con un golpe en la cabeza y se lo habían comido días después en una reunión familiar una noche de navidad.

Nosotros nos sentábamos casi todas las tardes después del colegio en la esquina de José Hernández y Arcos a charlar o a jugar a la pelota. Las horas pasaban sin darnos cuenta, pero lo único que sabíamos era la hora exacta que el Capo pasaba por la esquina y casi sin mirarnos nos hacía temblar las rodillas. Cuando su figura desaparecía de nuestra vista los comentarios y las nuevas leyendas narradas por el Tano comenzaban a captar nuestro interés. Cada vez más fantasiosas. Pero hasta sabiendo de su incrédula fábula las historia se hacían más y más interesantes. Hasta el punto que Saturno Pereyra había estado en Europa y se ganaba la vida como mercenario, matando gente por dinero para algún mafioso o cierto instituto de inteligencia. No se conocía personaje tan magnifico en todo el mundo como Saturno.
El capo manejaba una moto sin cambios oxidada por donde se viera. Todas las mañanas la limpiaba y la montaba como un caballero medieval a su corcel preparándose para una batalla. Según el Tano, la moto se la había dado como parte de pago un marido celoso por un trabajo que había terminado con la mujer muerta por decapitación. El marido no le había querido pagar lo suficiente y Saturno le sacó la motocicleta luego de una golpiza que casi termina con la vida del esposo. Las muerte de la pobre mujer era lo único que sabíamos que era cierto ya que fue vecina del Panza y la policía no paraba de hacerle preguntas por el asesinato. Éste en un momento se sintió tan presionado y asustado que hasta pensó informar a los investigadores que el Capo habría cometido el violento homicidio según fuentes propias. Pero, ¿Quién se animaba a delatarlo? La venganza iba a ser terrible.
Las leyendas de Saturno Pereyra crecían a la par que nosotros. Los años pasaban y El Capo había ganado las paleas mas sangrientas con solo un dedo. Sus aventuras viajaban a países lejanos y misteriosos cuando se ausentaba por un tiempo del barrio. Pero cuando ya nos olvidábamos por un tiempo de sus proezas, su figura esbelta y ruda y su caminar soberbio resurgía como Terminator, inmortal, magnifico, espeluznante.
Una Tarde de Enero liberados del colegio nos encontrábamos conversando en la esquina cuando desde lejos vimos venir a Saturno de la mano de una mujer. Nos quedamos perplejos y las fantasías jugaban un papel principal en la libre imaginación de cada uno. El barrio enmudeció. El capo se acercaba. Cada paso que daba era una pregunta sin respuesta. Su figura se agrandaba. Nadie podía evitar mirar tan horrendo espectáculo. Paso frente a nosotros y una mirada amigable dibujo una pequeña sonrisa. Nos había saludado por primera vez en la vida después de tantos años. Éramos sus amigos. Estábamos salvados. No nos mataría por una moto ni por encargo. Esa noche hasta soñé con su mirada.
La vida me cambió de barrio y los amigos se fueron yendo. Las tardes sentados en la vereda no volverían más. Las leyendas y los mitos quedaban en un recuerdo de los años de infancia. Nunca supe más nada de Saturno Pereyra. Ni el Tano, que de vez en cuando nos encontramos para tomar un café luego de una jornada laboral, sabe algo de nuestro personaje. El Capo despareció del barrio. Sus fábulas se desvanecieron como nuestra niñez.
Una mañana leyendo el diario una noticia abrumadora hizo volcar el café en mi pantalón. Un hombre había muerto de un balazo. La policía lo tildaba de una venganza o muerte por encargo. La victima, Saturno Fransisco Pereyra. Entonces, ¿Era todo verdad? ¿Los cuentos del Tano lidiaban con la realidad? Ese día no pude dejar de pensar en él. Esa mañana las rodillas empezaron a temblar. Esa fue la última vez que lo nombré.

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