Y no durmió por eso

Y no durmió por eso. Fundió sus brazos en la las barras de la escalera, muerto, casi vivo, pero muerto al fin. Delante de sus ojos una foto vieja de la familia retornando de las vacaciones. Eran muchos, muchos, pero no tantos como se sabían. Se amaban, se querían dentro de los poemas místicos en las alejadas tardes entre charlas de barrio y bizcochitos de grasa. Muerto como sólo los muertos pueden estar.
Con la mirada fija, la tez pálida y el cuerpo tieso como porcelana. Maquillado hasta la médula con las manos juntas y el sonido de la profunda tristeza de los que quedaron del otro lado y homenajean al cuerpo sin vida en un desdichado y frío salón. Un salón que alojaba infinidad de relatos bien contados, con risas llenas de emoción y la verdadera y cruel realidad de sentirlo sin tiempo ni espacio, deambulando, para algunos, en las finas capas entre el cielo y el infierno, o simplemente muerto, para otros. Retrato insolente e inquietante que disloca la verdad corriente y retuerce la garganta en las noches de profundo sueño. Ya el inconciente dejó escapar sus huellas fundidas a fuego y no pudo tolerar la fuerza arraigada en las entrañas que desde adentro lo fulminó como carne cruda desgarrada y servida para carroña. Preso de su letargo decidió vivir una mejor vida ya lejos de su pesar. Relajado y convertido ceniza se esparció montado al viento dividiendo su ser entre la tierra y el agua, y posó cada molécula donde su padre lo esperaba con los brazos abiertos jugando en la arena mojando su cuerpo en el mar, acariciando la tierra que lo vió nacer.

Desde adentro como resabio de inconfundible razón, retorció el cerco que lo separaba de lo amado y se metió por lo poros de su madre. Llegó con el fino aroma de mañana, la misma que lo observó irse sin pedir permiso, fascinado por el miedo. Por los nervios de una muerte lenta y segura como afanosa mañana de invierno. Callado y parco mutiló los sueños y borró sus pensamientos en su último aliento. Así, descarado y seguro caminó hasta las escaleras, fundiendo los brazos en las barras hierro. Terminando la tragedia, lo inevitable. Del principio se escapa, del final no.

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