Conversaciones con Lucas

-Pasame un mate.- pedí a Lucas.
-Si vos no tomas.
-Ahora, sí.
-¿Desde cuándo?
-Desde ahora…
Lucas me ofreció la calabaza con la bombilla en su interior. Nos quedamos en silencio mirando la televisión mas por no tener nada que decir que por ganas. Lucas paseaba por los distintos canales intentando encontrar en vano un programa de interés o algo que nos arranque una sonrisa.

-Cuando no tenes nada que hacer, siempre te sentás enfrente de la caja boba.- concluyó mientras tiraba el control remoto al sillón.
-Es verdad. No hay nada… no tenemos ganas de nada… y la nada es nada.- suspiré.
-Así, otro noche más al pedo…
-Juguemos al scrabel.
-Que divertido…
-¿No dan cha cha cha?
-No, los martes.
Salí al balcón y encendí un cigarrillo. El barrio de Núñez se iluminaba con los focos de los pocos autos que maniobraban por la avenida. Los edificios desplegaban su grandeza desde las ventanas alumbradas dejando ver pequeñas sombras de forma humana detrás de las cortinas. Pitaba el cigarrillo con ansias como si fuera el último antes de que el aburrimiento nos acribille en el piso 14.
-Poné música, Lucas.
-¡En eso estoy!- anunció desde el interior del living.
-¡No pongas el punchi, punchi…!- le advertí mientras tiraba la colilla y miraba como el viento la desplazaba hacia la calle planeando por encima de las copas de los árboles.
-¡¿The Police te va?!
-Sí… un clásico. Como si en la década del `70 te preguntaran por Led Zeppelin.
-¿Qué?- preguntó Lucas saliendo al balcón.
-Nada…
Los primeros tontones de Copeland dieron inicio a “Can`t stand loosing you”. La vos de Sting se fundía con las cuerdas vocales de Lucas que sus labios modulaban la letra en un perfecto inglés.
-¿Está en vivo?- pregunté.
-Sí, es un recital del 79.
-Eran medio punk en esa época.
-Sí, aunque a Sting no le gustaba. Pero se nota por la velocidad del tema.
-Y, a fines de los ´70 nacieron los Sex Pistols, y con ellos todo el movimiento punk. Y así dieron la bienvenida a los que no sabían tocar.
-No sabían tocar…- repitió Lucas como si lo único que había escuchado fuera eso.
-Sí, imaginate que venían de una época de lo que llamaron “Classic Rock”. De tipos como Genesis, yes, Deep Purple, Led Zeppelin, Pink Floyd, donde cada canción valía su peso en oro. Arreglaban los temas como si fueran hacer una única canción. Y a todo esto le ponían poesía, se inspiraban en la letra.
-Pero no te olvides que nació la música disco. Con el funky, de los Commodors, Chic, Kool and the Gang, y hasta Abba.
-Pero hasta ellos arreglaban los temas. Ponían sentimiento a todo. Si bien era música para bailar, tenían un sesgo creativo.
-¿El punk no?...
-Sí, no digo que no. Es más ellos dieron pie a la música de hoy en día. Pudieron hacer simple lo que para otros era difícil. Y puede decirse que eran más honestos.
-¿Por?
-Porque hacían lo que querían, salían dados vueltas y no les importaba un carajo la imagen.
-Capaz ellos querían dar esa imagen. En una de esas Sid Viciuos era un oficinista con ganas de ganar plata, y luego de besar a sus hijos ya su mujer, se sacaba el traje y la corbata y se disfrazaba de punk.
Reímos un rato largo con las ocurrencias escupidas en el balcón. La noche aminoraba el ruido de los autos que poco a poco se perdían a lo lejos. Alguna que otra conversación distante se animaba a trepar por los balcones del edificio. El viento había decidido bajar la temperatura y nos obligó a refugiarnos en el comedor. Nos sentamos a la mesa cubierta de cuadernos y fotocopias de la facultad que una que otra mancha de yerba derramada decoraba de verde musgo entre los papeles. 

-¿Qué es de la vida de Gaby?- pregunté.
-Se fue a Puerto Madryn. Debe haber ido a visitar a los viejos.
-O alguna novia…
-Sí, seguro…- dijo entre risas.- Pero me parece que cumplía años algún familiar, o algo así. Se que era un evento importante.
-Bueno, ponerla es todo un evento.
-Es verdad…

No había tema que nos mantenga en largas conversaciones. De vez en cuando mirábamos las fotocopias de la facultad desinteresadamente, buscando que algo en los textos nos llame la atención y podamos estudiar con ávidas ganas. Pero el departamento de Lucas parecía más interesante que cualquier conjunto de palabras impresas. Nos acostumbraba la realidad de los muebles, como si ellos sufrieran un agotamiento al igual que nosotros, tirados un rato en el sillón, otro poco sentados a la mesa o cambiando los CD.

-¿Y cómo va la cosa con la minita?- preguntó Lucas desde el baño como si la musa inspiradora lo atrapara con los pantalones bajos.
-Y va… pero ella quiere un noviazgo serio y yo no.
-¡Hablá más fuerte!- gritó Lucas.
-¡Digo, que ella quiere un noviazgo serio! Y yo no se.
-¿Por qué las mujeres pretenden tener algo serio? ¿No se conforman con un noviazgo de ocasión?
-Es lo que pienso yo. Todo a su debido tiempo. Ya nos tocará el momento de ser serios, de madurar. El hombre, contrariamente a la mujer, tarda un poco en madurar. Ella tiene 24 años, al igual que yo, pero parece ser que a las mujeres el tiempo las corre. Cuando tenga un trabajo estable, me haya recibido y tenga mi vida arreglada puede ser. Yo, ahora, tengo tiempo de sobra, y un laburo en el video club que pagan miserias.
-Y sí…- asintió Lucas saliendo del baño- tiempo hay, pero un día se acaba…

Las ganas de llamarte me encontraron la otra tarde en la oficina, entre papeles y números, cheque, recibos de pago, un teléfono cerca y un trozo de papel con tu nombre y  ocho dígitos tan difíciles de marcar como sacar el balance del año anterior. Me aflojé la corbata y me quedé con la mirada estacionada en tu nombre, como si algo tuyo me perteneciera ahora, y entonces recordé tu figura, tu acento extraño y tu manera de caminar tan peculiar. Encendí un cigarrillo y tiré mi cuerpo en el respaldo dejando escapar el humo en un profundo suspiro que se fulminó en el cuadro con mi diploma justo arriba de los estantes con los folios. Tus ojos salieron desde los papeles impresos del escritorio, desordenando mi trabajo y mi cabeza. Traté de concentrarme en mi labor pero tu recuerdo sale por el cajón del modular que, como un vigilante, se posa cada jornada al lado mío. No es que tenga miedo de hablar con vos, ni que no te quiera ver, pero temo hasta dónde puede llegar nuestra relación.

-¿Y vos creés que no estás preparado todavía para una relación seria?- preguntó Lucas mientras sacaba un cigarrillo del paquete.
-Convidame uno.- pedí.- Me parece que no.
-¿Dónde la conociste?
-Es una amiga de una amiga. La conocí en una fiesta de un amigo.
-¿Te la transaste esa noche?
-No, al otro día. Nos encontramos en Cabildo y Juramento y fuimos a tomar algo. Cuando la dejé en la casa me la apreté…
-Típico.
-Pasame un mate.
-Esperá que caliento el agua.

Estabas sentada en la oficina cuando te ví por primera vez, hablabas por teléfono sonriendo a algún cliente y sin conocerte me dio celos. Nos miramos a través del vidrio y tus ojos, detrás de tus gafas, dejaron una foto en mi pupila como esos flashes cuando te sacan una foto. Recuerdo que los días pasaron con inútiles papeles en la mano y pasos lentos delante de tu oficina. Una conversación casual, un saludo y una sonrisa fueron nuestra única conexión durante meses que alimentaron mis sueños de aventura.

Lucas llegó con la pava caliente, se sentó a la mesa y cebó un mate que me ofreció enseguida. La música deambulaba sola por el living en las guitarras crudas de Guns and Roses. EL televisor seguía prendido transmitiendo una película que nunca ví y que no creía que vería alguna vez. Tomé el mate entre mis dedos y sentí que estaba muy caliente para mí. Comencé a soplar la yerba mezclada con el agua.

-¿Qué hacés, navo?- Se quejó Lucas.
-Está re caliente esto.-respondí humillado.
-¿Querés un tereré?
-No estoy acostumbrado a tomar mate.
-Ya se. ¿Querés un café?
-Sí.
-Hacete.
-No, gracias, te sigo soplando el mate.
-Ok, hace lo que quieras. Y entonces…
-Sí, como te iba diciendo- comencé mientras daba pequeños sorbos a la bombilla.- salimos varias veces, la verdad en que me gusta. Pero la otra tarde empezó con esto de ¿Qué somos nosotros? Y por ahora nada. Pero no me dio responder eso, entonces empecé a decir cualquiera. No se.- dejé el mate en la mesa.- La verdad es que no se.
-¿Pero te gusta?-preguntó Lucas mientras cebaba un mate.
-Sí, pero… viste cuando te sorprenden con algo que no sabés que mierda responder. Como el profesor de Psicología en el final pasado. Me salió con cada cosa que no sabía que responder. No me imaginaba algo así.
-Pero a qué le tenés miedo, si te gusta…
-No se, al compromiso.- respondí caminando por el living.

Delante de tus ojos habré pasado incontablemente. No creo haber dado una buena impresión al comienzo, pero eso no me detuvo a salir de mi oficina y verte, con la seguridad de una ejecutiva, la sonrisa compradora y tu voz dulce y extranjera. Temía que mis compañeros se den cuenta de mis sentimientos. Había días que me prometía no pasar por tu sector, que se había convertido en el lugar más afortunado de la empresa. Pero sí averigüé si estabas saliendo con alguien, o sí estabas casada. Eso hubiera retenido todo capricho inicial.

-¿Y qué le dijiste?- se interesó Lucas.
-Nada, que éramos amigos, buenos amigo. Que nos estábamos conociendo. Que el tiempo lo dirá. Que…
-…sos un pelotudo- interrumpió Lucas entre risas.- si te gusta… dejate de joder. No te tenés que casar.
-Sí, pero me cuesta.
-Es como tomar mate. Una vez que te acostumbrás lo tomas extra hot, y no podés parar.
-No entiendo tu filosofía.
-Yo estoy de novio hace una bocha. Y eso me tiene feliz. Estoy con la persona que me gusta estar. De vez en cuando me tiro una cañita. Pero estoy de novio.
-Pero que se yo. Vos estás acostumbrado. Yo no.
-Pero si te gusta, dejate de joder… animate. Probá el sabor…

El tiempo se aferraba a la costumbre de verte como una extraña, como algo imposible de conquistar. El ámbito de las finanzas no rescataban ni una conversación íntima y convencerte de salir no estaba en mis tímidos planes. Deseaba tanto estar con vos, dejar de idealizarte en mi cabeza como la perfección vestida de mujer detrás de un vidrio casi opaco, entre papeles y llamados, clientes y sonrisas. Buscaba un momento, algún tiempo de arrancar la formalidad y llevarte a tomar un café, dejando atrás el edificio que nos mantenía uniformando los días, entre los balances y las boletas.
Sabía que no eras de las que le gusta jugar. Y si avanzaría sería para llegar al final, a legalizar algo que le venía escapando desde hace tiempo. Pero tus ojos me llamaban cada mañana cuando me levantaba y los veía en el espejo del baño, reflejando los primeros rayos de sol desde la ventana. Y no quería que sepas que a mis Cincuenta años mi corazón disparaba como un adolescente, delegando la pasión a tu figura, a tu manera de moverte en la empresa, como una mujer divorciada que sí pudo probar del amor. Y si bien sabía que tu período en el trabajo era relativo, que te irías a tu país y el tiempo para conocerte se acortaba con cada amanecer, conocía que la costumbre frustrada tan arraigada en mí, dictaminaría mi futuro tan predecible y tan frágil.

Lucas continuó la mateada que yo había abandonado hace rato. Salía al balcón buscando un poco de frío y encendí un cigarrillo. La ciudad estaba en silencio. Los autos pasaban esporádicamente dejando un ruido a motor lejano que se perdía en la oscuridad de la madrugada. Una que otra ventana quedaba encendida en el edificio de enfrente festejando el viernes de invierno, que tan crudo había llegado ese año. Me relajé y pensé en ella, en su cara desilusionada cuando no supe que responder a su pregunta.  Mi duda jugaba con la bronca de no tener un claro pensamiento. No podía alejarme de ella, pero si volvía a verla, temería por lo que vendría. Un noviazgo serio, como su voz que recitó su boca la otra tarde. No estaba acostumbrado al compromiso, a los llamados diarios ni los reproches de libertad masculina. La vida me estaba poniendo en una bifurcada, como tanta otras cosas, pero no sabía si tomar el camino con ella, o seguir sólo, y si la elección tendría algún efecto en el futuro.

-Che, se está haciendo tarde…- suspiré a la noche.
-Ya es tarde… o temprano, según como quieras ver la cosa.- dijo Lucas acostado en el sillón.- ¿Qué vas a hacer?
-No se. Lo pienso camino a casa.
-Pensalo… si te va, te va… pero no la dejes por los prejuicios…

Lucas se acomodó en el sillón y cayó en prefundo sueño. Salí a la calle, el frío congelaba lo dedos de los pies que con paso tenue avanzaban las pocas cuadras que me separaban de la casa de Lucas. Caminé por la solitaria Cabildo que festejaba la llegada de un colectivo, resonando la avenida de costado a costado, con el empedrado barnizado por el rocío y el intenso frío que a esas horas bajaba a la ciudad. Encendí un cigarrillo para tener algo caliente cerca, pero lo tiré a la alcantarilla luego de dos pitadas. Paso a paso pensé en ella, en la conversación con Lucas, en que no habíamos estudiado nada, en el mate caliente y en la filosofía subida al piso 14 que sorbo a sorbo escupimos entre la música y yerba. Seguí por la ancha avenida y decidí doblar unas cuadras antes, era un camino más corto, y lo hacía siempre, cada noche que el estudio o la amistad no unía en el departamento, pero la calle estaba en penumbra y por un momento dudé de seguir por Cabildo, el camino era más lindo, pero la costumbre me llevó seguir por el mismo que cada noche tomaba.

La realidad es que nada me da seguridad. Pero tiendo a seguir igual, refugiado en lo que conozco, en lo que me da un poco de confianza imaginada por no saber probar de lo que no conozco, en lo extraño. Y esa tarde te dejé ir a tu país. Pensando en que un futuro no muy lejano nos acercaría, aunque eso solo sea un abrigo cotidiano de mis pensamientos. Una cama amparada en la comodidad sufriente de mi conducta, como un goce en la tristeza, por no poder romper ninguna barrera sabiendo que el después era mejor que el presente. El sólo hecho de tener que sortear mis propios miedos paralizaban todo acto de continuar, boicoteando mis más fieles deseos. No verte más en la oficina fue como bajar nuevamente en la misma estación, como un reflejo inconciente que me martiriza hace años. Y fue cuando tu avión despegó seguramente, que recordé esas conversaciones nocturnas con Lucas, esas conversaciones donde podría haber cambiado el curso de mis actos, si solamente hubiera escuchado mi interior, o a Lucas.

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